Cuando la muerte nos separa de nuestros seres queridos, mantener un estado de pasividad no es fácil. En todos los casos, el desprendimiento de la persona amada es traumático, bien sea inesperada la partida o casi inevitable. En personas que padecían de alguna enfermedad incurable o postrados en cama, la familia puede pensar que están preparados ante el final. Eso no es del todo cierto, siempre aflorarán los recuerdos y sentimientos de culpa al pensar que no hicieron más por ellos.
Y en el caso de las muertes repentinas, con más razón, la familia y seres queridos en general, pasan por situaciones de shock. Primero no pueden dar crédito a la noticia, luego se sienten en un vacío inexplicable, en un desamparo de la persona fallecida. Y esto se potencia si dependían del difunto de forma material y emocional o si hay cargas familiares que dejo el fallecido. En estas circunstancias la persona afectada por el duelo entra en un ciclo de tristeza profunda, abatimiento, desconsuelo y depresión importante. En los días subsiguientes a la muerte del ser querido aparecen el insomnio, falta de apetito, fatiga y falta de interés. El estado de soledad se traduce también en bajas defensas inmunológicas, enfermedades o agravamiento de las patologías ya existentes en el doliente.
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Aceptar su partida
En la medida que se acepte más pronto la ausencia de la persona fallecida, más pronto comenzara la recuperación del estado anímico. Aunque no parezca muy acorde a la realidad ese pensamiento, es en definitiva lo que dicta la búsqueda interior para recuperar el equilibrio. El mantener la calma ante la debacle ocurrida se impone, igual que el silencio, la introspección y luego la observación del entorno.
En este período juegan un papel muy importante las creencias del doliente, su religión y su apego a familiares o amigos. Estas figuras pueden ayudarle a recobrar cierta estabilidad. Entendiendo que el ser querido trascendió, según sus creencias, con Dios, a un plano mejor, o que reencarnó. El manejo del luto se suaviza con la oración, la compañía de los demás, el templo, la misa o los rituales señalados. Este acompañamiento genera confianza y soporte para la pena, con la finalidad de la aceptación final de la triste realidad.
Buscar apoyo de familiares y amigos
Una de las maneras de expresar los sentimientos internos por la pérdida sufrida, es el hablar con claridad de lo ocurrido. Conversar de la manera en que nos sentimos con respecto a la situación, ser honestos con nosotros mismos. Ello nos hará sacar de adentro las emociones reprimidas, contar, recordar, hablar del evento es sanador desde todo punto de vista. Y eso se logra con un mejor amigo o con la familia, evaluando los sentimientos de cada uno y también en conjunto.
El comunicar cómo se sienten con respecto a la situación de la perdida, hará más llevadero el dolor de la misma. Es como derivar unos en otros o hacer una pena compartida. Siempre habrá un familiar más fuerte que otros emocionalmente, que tomará las riendas para dar apoyo y ocuparse de otros menesteres. Ello será de importancia también tanto en materia de deudas, representaciones y decisiones en cuanto a los oficios religiosos y el sepelio. Otras personas recurren a su labor diaria para derivar en ello su pena. Se refugian en sus respectivos trabajos, para mitigar los pensamientos recurrentes del luto y pensar que la vida siguió igual. Por otro lado, un médico, sacerdote o pastor son figuras a quien hacer llegar nuestras inquietudes, miedos, tristezas y desesperanzas tras la pérdida.
Acudir a terapia psicológica para superar dicha muerte
El proceso del duelo, la elaboración del mismo y todas sus etapas en el paciente afectado, corresponden al psicólogo o psiquiatra evaluarlo. Por eso se imponen las sesiones de psicoterapia necesarias con entrevistas múltiples, para ayudar al paciente deprimido. Algunas personas piensan que van a salir airosos de las pérdidas solos, sin el concurso de los especialistas, siendo un craso error. Los duelos mal manejados se convierten a futuro en duelos no superados que afloran en cualquier momento o circunstancia de la vida. Por lo tanto, el no poder manejarlos, deriva en no poder seguir adelante con una emocionalidad sana. Y ello salpica a toda la familia, amistades y trabajo del paciente.
Algunas veces se debe recurrir a psicofármacos para ayudar al paciente en conjunto con la psicoterapia y además que pueda conciliar el sueño. Son de utilidad para despejar la mente cuando se intenta superar la muerte de un ser querido, los paseos, la interacción con la naturaleza, viajes u otros. Haciendo que retraigan a la persona de los eventos recientes ocurridos, no a modo de escape sino de reflexión, descanso y aceptación.
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